Seguramente casi todos los estudiantes se han planteado alguna vez en la vida estudiar oposiciones. Parece una idea atractiva: tener un trabajo para toda la vida y bien remunerado, sólo basta con estudiar duro por un tiempo para aprobar el examen (pero ojo, que nadie dice que sea fácil). ¿A quién no le gusta ser funcionario así y desayunar cada día 3 o 4 veces al día? Sí, sí, algunos se pasan la mañana desayunando, pero ahora pensemos en un funcionario más eficiente (quiero pensar que aún quedan de éstos) y aún así, a cualquiera le gustaría optar a un empleo de este tipo.
En el caso de las personas con discapacidad, este deseo a veces puede convertirse en una obsesión, porque realmente es una garantía y a toda costa necesitan aprobar. Con las dificultades que tenemos en el acceso al mercado laboral ordinario, resulta una gran oportunidad acceder al empleo público.
En este punto, más de uno dice que las personas con discapacidad lo tenemos más fácil porque hay una reserva (pequeña, pero reserva al fin y al cabo) y que no estamos en igualdad de oportunidades con el resto de aspirantes, deben de pensar que nos regalan la plaza o algo así, pero no señores míos, que tenemos que aprobar igual que cualquier otro aspirante. Para una vez que tenemos discriminación positiva podrían alegrarse por nosotros.
El caso es que yo creía que aprobar la oposición y sacar tu plaza te garantizaba ese puesto de trabajo, pues parece que no siempre se cumple
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